domingo, 11 de mayo de 2008

Bariloche, de Andrés Neuman

Bariloche
Editorial Anagrama, Barcelona, 1999, 169 páginas


A pesar de haber transcurrido más de seis años desde la publicación en España de la primera novela del joven narrador y poeta hispanoargentino Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) –recién este verano austral nos encontramos con Bariloche-, creemos importante su comentario: tal es la calidad que exudan sus páginas, que atrasada o no, su lectura y posterior reflexión, serán siempre un ejercicio de vitalidad literaria.


Con sólo veintidós años, Neuman fue finalista, con el libro que presentamos, del prestigioso Premio Herralde de Novela de aquella temporada (1999). Roberto Bolaño, la leyenda chilena que crece a pasos agigantados, integrante del jurado que falló el concurso en la oportunidad, le propinó elogiosas observaciones: “La novela de Neuman me subyugó, si es posible utilizar este término de principios del siglo XX, y me hipnotizó a partes iguales. Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas algo que sólo es dable encontrar en la alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos, la que osa adentrarse en la oscuridad con los ojos abiertos y que mantiene los ojos abiertos pase lo que pase”. Sin más, tantas loas, merecen su justificación.


En su moderada extensión, Bariloche es la crónica del último período de la vida somnolienta del recolector de basura Demetrio Rota, narrada a través de 55 breves capítulos. Sirviéndose de un estilo depurado y a ratos lírico, Neuman se apoya en el protagonista, para dibujar una perspectiva de la odisea del ciudadano argentino –el común y corriente de la clase media- que respira y habita en el Gran Buenos Aires. Pero que es también, una manera de enseñar la cotidianeidad -muchas veces asfixiante- de cualquier hombre, dentro de la anónima metrópolis contemporánea. Mediante los datos entregados por el narrador, conjeturamos que la edad de Demetrio se empina por la treintena. Su existencia es mediocre y monótona hasta decir basta. Salvo una relación amorosa con la esposa de su camarada de labores –y mejor “amigo”-, que ejemplifica hasta qué grado se han apoderado de él la abulía y el cinismo, nada relevante le acontece. Su trabajo lo realiza por las noches y descansa durante el día en su sencillo departamento del barrio Chacarita. El vertedero es el abismo y metáfora, donde mueren las pasiones y afanes de la urbe, que él, junto a su compañero, alimentan en cada amanecer tras recorrer las calles de la ciudad dormida.


Ante la agobiante mecanización y desesperanza de su vida, el pasado de Demetrio –su adolescencia en una cabaña cerca de Bariloche, junto a sus padres- se muestra telúrico y pleno de promesas por anhelar: de un alto sentido de belleza son las descripciones por parte de Neuman, del lago Nahuel Huapí y sus alrededores, en cuya ribera, se encuentra la hermosa población del sur argentino. En efecto, para intentar recuperar la armonía y el equilibrio, además de la evocación de sus emociones e imágenes primigenias –la seguridad de la infancia, el primer amor, los inviernos lluviosos y sus árboles tristes-, Demetrio construye puzzles grabados con los paisajes de la laguna y sus contornos, en sus horas de ocio.


Así, se suceden los recuerdos, y la soledad presente del personaje, hasta llegar a un punto de caída, que se resolverá en un final abrupto y desolador.

Con un talento que asombra y produce admiración, Neuman examina los inquietantes temas del desarraigo y de la pérdida, del escepticismo y de la alineación, con un olfato artístico tocado por la gracia, a decir de Bolaño. Pues, Demetrio Rota, es el ser humano habitante de una época que, al no poder superarse y buscar caminos de felicidad y trascendencia, frente a la opresión de la civilización, es arrojado al vacío y la precariedad espiritual. Estas circunstancias vitales, sólo concluirán, con una autodestrucción inmoladora. Aún así, la muerte ya no significa nada. Decepcionado de sí mismo y de todos, por su corrupción y la de los demás, Demetrio no es capaz de entrever una salvación redentora, ni menos de cambiar, o de afirmarse, en su abyección para sobrevivir. Ciertos retratos de rincones y microcosmos de la capital argentina (el Paseo Colón, las calles 9 de Julio y Bolívar, la avenida Independencia, el parque Lezama), nos traen a la memoria páginas del mejor Leopoldo Marechal, y del inigualable Ernesto Sabato.


Bariloche, es una novela que le hubiese gustado escribir a Roberto Arlt. Y eso, dice mucho de un escritor, que a no mediar un desgraciado imprevisto, amenaza con cincelar su nombre a fuego sobre la cumbre de la literatura en lengua castellana del siglo veintiuno. Su tercera novela, Una vez Argentina (2003) –que resultó nuevamente finalista del Premio Herralde-, es un vibrante y apasionante recorrido autobiográfico por la historia reciente de la nación más grande que habla el idioma de Cervantes. Recomendamos fervorosamente su lectura.

Vicente Lastra
Marzo de 2006

*Reseña publicada originalmente en la revista electrónica española Arbil Nº 104 (http://www.arbil.org/104bari.htm).