En octubre del año pasado (2004), el escritor chileno más célebre de la generación del 50, hubiese cumplido 80 años de edad. De esta manera, se nos presenta una buena ocasión para rendirle un atrasado, pero justo y especial tributo, a su memoria.
Ya en líneas anteriores la generación literaria chilena del 50 ha sido un tema de interés para estas páginas. Cítese como prueba un artículo conmemorativo apreciando la figura de Luis Alberto Heiremans (ver Arbil n°78). Queden dichas estas palabras y advertencias, para precisar la importancia que le otorgamos a la última gran pléyade de talentos humanistas nacida en Chile. Negada, salvo contadas excepciones, por la cultura dominante hoy en día.
Pues bien, regresemos a José Donoso. En este ensayo, no caeremos en el lugar común de catalogar a nuestro escritor como una figura central del boom latinoamericano, ni decir que se ubica en primera fila entre los grandes narradores en lengua castellana de la centuria pasada. Nada más alejado de la verdad, ni desproporcionado. Pero tampoco le restaremos sus méritos al autor de El obsceno pájaro de la noche, que, dicho sea de paso, son generosos y abundantes.
Delineando una vida
Nace José Donoso, el día 5 de octubre de 1924, en Providencia, Santiago de Chile. Estudia en The Grange School, donde comparte aulas con su gran amigo, el mexicano Carlos Fuentes y Luis Alberto Heiremans. Después de rebeldías y huídas, que le llevan a la Patagonia -donde trabaja de ovejero- y Buenos Aires, ingresa a estudiar en 1947 la carrera de Inglés en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. En 1949, una beca le facilita la estadía en la Universidad de Princeton, en los Estados Unidos. En dicho lugar se intensifica su inclinación y preferencia estética por los autores ingleses y norteamericanos, principalmente por Henry James, James Joyce y William Faulkner. Durante esa estadía en el país del norte, se decide seriamente su vocación literaria. Comienza a escribir sus primeros cuentos. Publica “China” en la
Antología del nuevo cuento chileno (1954), editada por Enrique Lafourcade. Al año siguiente entrega a la imprenta su primer libro propiamente tal,
Veraneo y otros cuentos (1955), que obtiene el Premio Municipal de Cuento de Santiago.
Dos años después, aparece Coronación (1957), su primera novela y que le lanza definitivamente a la “fama”. El palimpsesto es elogiado por Alone y Ricardo Latcham, los críticos más respetados de la época. Por esos años conoce a la que sería su esposa, la periodista y pintora chileno-boliviana, María Esther Serrano (María Pilar Donoso). En 1960, publica el libro de relatos El charlestón; e ingresa a trabajar como redactor de la revista Ercilla, situación que se mantendría por cinco años. Ejerciendo dicha labor, en un viaje a Italia, logra entrevistar al poeta Ezra Pound.
A mediados de la década de los sesenta viaja a México a participar de un congreso de escritores, alojando en la casa de Carlos Fuentes, estrechándose la amistad que tenían siendo adolescentes. Desde el otrora virreinato de Nueva España, remite a Santiago
Este domingo (1966), su segunda novela, y que le permite saldar una antigua deuda con la editorial Zig-Zag. Con la ayuda y recomendación de Fuentes, publica en México
El lugar sin límites (1966), proclamada unánimemente, por comentaristas y escritores, como su obra mayor. Un libro sobre la desesperación y sobre la precisión, según Roberto Bolaño. Vitoreada sin mesura por autores tan disímiles como los cubanos Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante y el peruano Mario Vargas Llosa. Novela que sería trasladada al cine por el director mexicano Arturo Ripstein, basado en un guión escrito por el novelista y cinéfilo argentino Manuel Puig. Se ha producido el lanzamiento internacional y nuevas proyecciones laborales. Viaja a Estados Unidos como profesor visitante, luego a Portugal, para concluir su periplo en España. Allí permanece hasta comenzada la década de 1980.
Asentado en España, echa a volar El obsceno pájaro de la noche (1970), obra ambiciosa e irregular, en la senda de la gran novela totalizadora que propiciaban la teoría y postura literaria imperantes. Con este monumental trabajo, concluye su ciclo de la Decadencia o su particular visión de la clase alta chilena, conformando una tetralogía con sus tres novelas anteriores. Finaliza, igualmente, una temática de su novelística como lo eran la degradación –en sus facetas de fragilidad espiritual y material-, el enmascaramiento esquizofrénico con su derivado represivo, y los laberintos de la identidad.
Se expresan estos cambios con la publicación de un ameno y ágil ensayo titulado Historia personal del boom (1972) y la colección de nouvelles Tres novelitas burguesas (1973). Dejamos constancia, igualmente, que en el península ibérica edita una colección con sus volúmenes de cuentos hasta ese instante impresos, titulada, valga la redundacia, Cuentos (1971).
Transcurren cinco años, hasta que aparece en librerías
Casa de campo (1978), Premio de la Crítica española, y considerada por muchos una parodia en clave acerca de la situación en que se encontraba Chile por aquel período. En un signo de vitalidad, entrega
La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1980), breve novela, cuyos elementos son el Madrid aristocrático de principios de siglo y un romanticismo siniestro. Al año siguiente, nos regalaría su último gran libro,
El jardín de al lado (1981), historia de un escritor hispanoamericano enfrentado al minotauro del fracaso. Texto que coincide con su regreso definitivo a la patria natal.
Instalado en Chile, desarrolla un taller literario determinante en la formación de nuevos escritores. En ese entorno, de miedo y toques de queda, escribe
La desesperanza (1986), compleja y difícil novela, cuya lectura, constantemente, pone trampas al lector embarcado en ella. Con el fin del régimen militar, recibe el Premio Nacional de Literatura, y enseña
Taratuta. Naturaleza muerta con cachimba (1990). Otro lustro, y el silencio se rompe con
Donde van a morir los elefantes (1995) y su libro de memorias
Conjeturas sobre la memoria de mi tribu (1996). Muere el 7 de diciembre de ese mismo año en la capital chilena. La novela
El mocho (1997), es de publicación póstuma.
La fascinación por la derrota
Ya hablábamos de una separación temática que divide aguas en la obra de José Donoso. Señalada por el ciclo de cuatro novelas que comprende su primera producción, y la venida inmediatamente después. Para nuestros propósitos, resulta vital ese novel período, el más logrado y estructurado, en palabras del propio autor de
Coronación. Precisamente, la novela recién mencionada, inicia la tetralogía que nos interesa, que incluye además a
Este domingo,
El lugar sin límites y
El obsceno pájaro de la noche. Su impulso central: la decadencia de la denominada aristocracia castellano-vasca u oligarquía, la clase dominante de Chile, dueña sin contrapeso del prestigio social, económico y político del país, desde tiempos imperiales (coloniales según nos manda repetir la historiografía oficial).
En esta ocasión, nos valdremos de la novela Este domingo, poco considerada en los estudios dedicados a Donoso, sin por eso prescindir de las tres restantes, claro está. La razón es muy simple: lo mejor de nuestro autor lo componen sus obras breves; donde su talento se desenvuelve con mayor soltura y maestría, quedando la sensación, de un facilidad para el género del cuento poco aprovechado, sino desperdiciado, por Donoso. Ahí se encuentra, como rastro de aquella virtud, esa pieza maestra que es el relato “El charlestón”.
La segunda de las novelas de José Donoso, irrumpe cuando el nombre de su autor, comenzaba a ser largamente conocido en el ámbito de los nuevos escritores en lengua castellana. Pues Coronación, ya había sido traducida al inglés –con ediciones en Norteamérica e Inglaterra, respectivamente-, al italiano y al checo. Así, Este domingo se esperaba con justificada expectación.
El eje de la historia, son los domingos familiares en casa del ficticio matrimonio Vives-Rosas; desplegados por uno de sus nietos ya en la edad adulta, y un narrador omnisciente en tercera persona que nos explica todo lo necesario para conocer a los personajes, sus motivaciones, y trágicos desenlaces. El lirismo se apropia de la voz del nieto, la frialdad y el detalle, del narrador sin nombre. Tópico característico del enfrentamiento entre niño-ingenuidad y adulto-corrupción, presente en la obra de Donoso. La reminiscencia referida, se remonta a un día domingo que sería decisivo en el rumbo de la vida de Álvaro Vives y Josefina Rosas (Chepa). La muerte tantea la suerte de ambos: Álvaro la palpa en un lunar que él detecta como mortal y cancerígeno; Chepa, en el brutal asesinato de la sirvienta Violeta, cometido por el favorito de sus protegidos.
Podríamos citar a León Tolstoi y su célebre frase “el matrimonio es una enfermedad mortal”. Empero, la visión de Donoso está enfocada a denunciar las apariencias generadoras de incomunicación en su afán de preservarlas, y, que, a la postre, ahogan la posibilidad de cualquier lazo afectivo honesto. Un castigo impuesto por sus padres en vacaciones, tiende las redes para el encuentro entre –en ese entonces- el joven Álvaro y la soledad aplastante de la bisoña criada Violeta. La infelicidad y frustración, derivadas del autoengaño y la complacencia, impulsan a Chepa a evadirse en tareas de caridad, en desmedro de sus obligaciones como esposa y madre. El egoísmo de Álvaro, manifestado en sus innumerables amoríos extramaritales, hacen de Chepa -no exculpada, sino cómplice- una aficionada a entregarse, por fines tan ridículos y romos, como perseguir contra viento y marea, la libertad de un presidiario desvalido. Sin embargo, el inventor de El jardín de al lado escudriña aún más profundamente estas temáticas, remontando las causas primigenias a un cinismo social extendido por todos las segmentos de la comunidad, síntoma de un desplome y crisis social cercanos, a su entender.
Simbólico es el final de la casona que cobijara al “modélico” matrimonio de la alta burguesía: la degradación y el derrumbe se apoderan de todos sus rincones, puertas y ventanas, orificios y rendijas, para terminar como un basural donde la existencia se hace inhóspita, utilizada nada más que de guarida por vagabundos, niños de la calle, y sus animales. No olvidemos que la decadencia para Donoso se expresa sobremanera en la destrucción de un lugar físico, de preferencia una casa. Pruebas de ello, son la mansión antigua de los Ábalos, en Coronación; el pueblo Estación El Olivo y su burdel, en El lugar sin límites; y la Casa de Ejercicios Espirituales y la Rinconada, en El obsceno pájaro de la noche. Llevado a más altas esferas nuestro afán simbolista, se hace patente la analogía con la gigante casa correspondiente a una nación. Bajo esta perspectiva, no podemos dejar de aplaudir la clarividencia de Donoso al momento de fabular su tetralogía: como los grandes poetas, vaticina las condiciones –quizás inconscientemente- del quiebre de 1973, y el fin de un Chile, y estado de las cosas, irreversiblemente fracturado.
Otro aspecto a destacar, es la vivencia de la locura tan cara a José Donoso. Su padecimiento es el conducto escogido para graficar la degradación en los seres humanos y la incapacidad que manifiestan para sostener las riendas de sus destinos personales. Antes del fin, el desequilibrio sicológico interpreta la derrota de una casta en sus estertores. De igual manera, constituye la máscara predilecta para no afrontar la racionalización de una realidad que los establece en el arroyo de los desechos. Ésa es la elección de Chepa tras el fracaso de su propósito rehabilitador con el indigente Maya, y, ante el reconocimiento desgarrador de su propia fragilidad, de cara a la vida. Una locura lenta y caprichosa, que le quita el habla y transforma poco a poco su esencia. Para cuando vuelva a contemplarse en el espejo, haber traspasado el límite de la desolación, y mutado en otro ser, distinto e irreconocible. Citamos, finalizando esta idea, al personaje Humberto Peñaloza, el Mudito de El obsceno pájaro de la noche. Punto cúlmine en la inventiva de Donoso, y su enmascaramiento de la identidad humana.
Un sendero inconcluso
Trazar líneas definitorias acerca del arte donosiano, es más peligroso de lo que parece. Por una parte, su dominio y reinado en el ámbito de los novelistas chilenos, es incontrarrestable: como pálidos rivales asoman Joaquín Edwards Bello y Manuel Rojas, Augusto D’Halmar y Eduardo Barrios, Francisco Coloane y Enrique Lafourcade. Sólo la sorprendente génesis de Roberto Bolaño, en el último tiempo, le hace sombra y decrecer. En la calidad de la prosa es distinto: Miguel Serrano y Jorge Edwards, por nombrar a los más linajudos, son contrincantes de primera línea, a veces superiores si se quiere. El tema discutido en el fondo, es la anorexia fatal de grandes novelistas en las letras chilenas, en comparación, a los poetas de talla mundial que cierran filas en nuestra literatura. Y cualquier juicio de valor literario que realicemos, no puede ignorar esa verdad abrumadora.
Pero no nos desviemos.
Situar a José Donoso en su real y justa dimensión, es nuestra preocupación en este trabajo. Por otro lado, pretender entronizar a Donoso en una selecta lista de escritores paradigmáticos en la lengua de Cervantes, por el sólo hecho de haber compartido posiciones con grandes del denominado boom, es una posición que no resiste mayor análisis: comparada con Ernesto Sabato, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, la obra del chileno tambalea para desplazarse a un cómodo segundo plano. Y en ese lugar secundario, sobrevive sin grandes dificultades; junto a Juan Carlos Onetti, Carlos Fuentes y Alfredo Bryce Echenique, por señalar a nombres cercanos.
La importancia del llamado “escritor de la destrucción”, se explica en ser el primer novelista chileno provisto de alas que volaban traspasando nuestras fronteras sin complejos de calidad. Abrió la puerta y recorrió un camino hasta donde le fue permitido con el respaldo de sus textos. Es un logro y por eso debe ser respetado, pero dista eternidades para idolatrarlo sin mesuras y fundar una escuela de discípulos e imitadores.
Un comentario postrero, nos sugiere la idea si efectivamente logró como ficcionador lo que perseguía: retratar con vida propia los curiosos elementos conformantes de la chilenidad y las especiales relaciones de jerarquía nacidas entre sus miembros. Sí y no, alumbró situaciones y se le escaparon otras. No obstante, forjó talentosamente los cimientos de una pequeña torre, un edificio que tendrá vida durante un buen tiempo.
Conclusión: se esperan arquitectos dotados de técnicas y miradas nuevas para construir otras y mejores.
Vicente Lastra
Santiago de Chile, abril de 2005